viernes, 22 de noviembre de 2013

La estrategia del armadillo

Sobre el fallo de La Haya sólo hay dos posiciones posibles: se acata o no se acata. Eso de que lo acato pero no lo cumplo es, francamente, una jugarreta.

Empujado por su desplome en las encuestas, que puso su reelección en la cuerda floja, Santos se pronunció, al fin, sobre el tema de San Andrés y el fallo de La Haya. Su decisión no es de fondo y su argumento es bastante flojo, pero es útil para embolatar a la opinión nacional. Su defensa es quebradiza, pero sirve para enredar al gobierno de Nicaragua. Pero, por sobre todo, le permite ganar tiempo y algunos puntos en las encuestas. Y eso, a la larga, es lo que le importa. 

Sobre el fallo de La Haya sólo hay dos posiciones posibles: se acata o no se acata. Eso de que lo acato pero no lo cumplo es, francamente, una jugarreta que revela poca seriedad y mucho temor de enfrentar de una buena vez la realidad. Si se acata el fallo, tarde o temprano nos quitarán 75.000 kilómetros cuadrados de mar territorial, así los derechos de nuestros pescadores se mantengan. Si no se acata, mantendremos nuestro mar, pero iniciaremos un enfrentamiento jurídico con Nicaragua y diplomático con todos sus aliados en la región: Venezuela, Cuba, Ecuador, Bolivia y Argentina, por lo menos. 

Pero Santos ha optado por la vía que más corresponde a su carácter melifluo y poco firme: ni acata ni desacata el fallo, sino todo lo contrario. Para no acatarlo dice que es inaplicable, y para no desacatarlo dice que lo acepta. Así cree que va a quedar bien con los colombianos, con la Corte de La Haya y con los aliados de Nicaragua. Es su estilo de siempre: tratar de quedar bien con todo el mundo, para después engañarlos a todos. 

Pero está ganando tiempo y eso es lo importante. Para que el argumento de que el fallo es inaplicable fuera serio debería basarse en que es injusto, antijurídico y antihistórico, como lo han demostrado todos los especialistas en derecho internacional. Por esas razones es inaplicable en términos absolutos y definitivos; sostenerlo así equivale a no acatarlo y asumir las consecuencias. 

Pero decir que es inaplicable porque necesita de un tratado entre las dos partes es esconderse detrás de una obviedad: todo fallo de un tribunal que modifica los límites entre dos países necesita de un nuevo tratado entre las dos partes para establecer los nuevos límites, de acuerdo con el contenido del fallo. Es más: aceptar que se necesita un nuevo tratado es aceptar implícitamente la modificación de los límites. Argumentar que nuestra Constitución dice que los tratados sobre límites los debe aprobar el Congreso es otra obviedad: eso ocurre en prácticamente todos los países con democracias de corte liberal. Así que este tampoco es un argumento de fondo. 

Descartados sus argumentos sobre un nuevo tratado y sobre la norma de su aprobación por el Congreso, el Gobierno debe decirnos claramente si sus argumentos sobre la inaplicabilidad del fallo de La Haya son relativos o absolutos, para saber a qué atenernos. Si los argumentos son relativos, esto implica aceptar el fallo y la pérdida del mar, pero con la condición de que, por ejemplo, nuestros pescadores puedan seguir realizando sus faenas en el mar que aceptamos ceder, o de que las actividades de Nicaragua en las aguas que nos ha quitado no pongan en peligro el equilibrio ecológico de nuestro entonces recortado mar territorial. Así lo sugiere Santos al decir que el fallo es inaplicable “hasta tanto se celebre un tratado que proteja los derechos de los colombianos”. Entonces tiene sentido aceptar la invitación del gobierno nicaraguense para sentarnos a acordar las condiciones concretas para aplicar el fallo que aceptamos. 

Pero si el argumento es que el fallo es absolutamente inaplicable porque recorta nuestro mar territorial de una forma injusta y en contra de todos los principios del derecho internacional, y no estamos dispuestos a ceder ni un centímetro cuadrado de ese mar, entonces no tiene sentido que invitemos a Nicaragua a hablar sobre unos límites que nosotros consideramos inmodificables. 

Pero como la estrategia de Santos es no resolver el problema y dejárselo a otros, entonces tal vez no nos dirá a nosotros, ni tampoco a los nicaragüenses, cuáles son los argumentos de fondo para declarar inaplicable el fallo. Seguirá distrayéndonos con el argumento circular de que Colombia no desacata el fallo, pero tampoco lo cumple, porque se necesita un tratado aprobado por el Congreso, aunque ese nuevo tratado no significa acatar el fallo ni tampoco desacatarlo, sino todo lo contrario. Cantinflas en acción. 

Yo creo que en el fondo Santos acepta el fallo pero tiene miedo de ser el presidente que pase a la historia como el que entregó el mar de San Andrés. Porque también tiene miedo de decir abiertamente que no acata el fallo, pues esto le significaría perder la amistad de los países chavistas, con el consiguiente derrumbe de la estantería de su política internacional, que se apoya precisamente en esos países, cuya amistad también necesita para seguir sosteniendo la farsa de La Habana, de la cual depende su futuro político. 

Santos es rehén de las FARC, de Cuba y del chavismo, por eso no defiende a cabalidad nuestros derechos en San Andrés. Pero para su plan de reelección necesita subir en las encuestas y está aplicando una estrategia dilatoria para ganar tiempo. Es la estrategia del armadillo subido en un palo de coco: "Ni me subo, ni me bajo, ni me quedo aquí tampoco". Ahí esta pintado. 

@alrangels



Nota: Con sencilla elocuencia se expone el carácter pusilánime y timorato de JMS, que pena por las comunidades insulares que son ciudadanos de segunda, los hechos así lo demuestran y, los hechos, son inapelables.

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