RAFAEL GUARÍN La ambigüedad y la inacción del presidente Juan Manuel Santos se tradujeron en una hecatombe en política exterior cuyos efectos aún no es posible determinar plenamente.
Mientras Santos optó por la retórica destinada al consumo interno, pensando en la reelección y “la paz”, Daniel Ortega jugó magistralmente sus cartas.
Miles de dólares y un año duró el “estudio cuidadoso y profundo” de la estrategia para enfrentar el fallo de la Corte Internacional de Justicia, que se anunció en una pomposa intervención en televisión como el gran descubrimiento. El paso de las semanas y los meses lo único cierto que revela es que Nicaragua sí tiene estrategia ante una atolondrada contraparte.
El objetivo de aislar en la región a ese país centroamericano con el discurso de que es un “mal vecino” con “pretensiones expansionistas” se estrelló contra la realidad: los países tienen intereses, no amigos. Ortega resultó ser todo un halcón que sí entiende que no es con lamentaciones sino jugando con los intereses nacionales y geopolíticos de las potencias. Pragmático, dejó de lado sus prejuicios respecto al imperio norteamericano y profundizó su relación con Rusia para lograr algo que Santos aún parece no comprender: ambas potencias ya validaron los límites fijados por el fallo.
No obstante que el Gobierno sigue recitando que la decisión es “inaplicable”, al tiempo que afirma contradictoriamente que no se desacata la sentencia, la verdad es totalmente diferente: Nicaragua ejerce soberanía y Colombia pasivamente admite el cumplimiento de la decisión de la Corte Internacional.
La embajadora de Estados Unidos en Managua, Phyllis M. Powers, anunció el pasado 15 de noviembre que su país está trabajando “con la Fuerza Naval de Nicaragua en operaciones antinarcóticos en los nuevos territorios de zona económica que ya tiene Nicaragua después de la decisión de la Corte de la Haya” (Leer aquí). Es decir, para ese país la controversia fue resuelta por el fallo y se debe cumplir. A los gringos, tan prácticos como Ortega, les interesa enfrentar el narcotráfico y no desperdiciaron la ventana de oportunidad.
Por su parte, el gobierno Putin, en respuesta a la nota de protesta de la Cancillería colombiana, dejó claro que sus relaciones con ambos países se basan en el “reconocimiento de la invariabilidad de las normas del Derecho Internacional”, lo que “es aplicable a la decisión proferida por la Corte Internacional de Justicia acerca del asunto territorial mencionado”. Además, el general de brigada Adolfo Zepeda, inspector del Ejército de Nicaragua, reconoció que la fuerza naval ha ejecutado operaciones antinarcóticos con EE. UU. y Rusia en el mar despojado a Colombia. Es decir, las dos potencias son las que aplican el fallo, dejado en babas a Santos.
Ortega aprovechó la vacilación. Si la reacción de Santos inmediatamente después de haber dicho que no podía “aceptar” los “errores”, “omisiones” y “equivocaciones” de un fallo contrario a derecho hubiera sido la de mover la Armada al meridiano 82 y anunciar el desacato, las cosas serían diferentes. En cambio, el presidente, argumentando ser “civilizado”, salió a decir que no iba a aplicarlo “hasta garantizar” los derechos de los habitantes del archipiélago. En Nicaragua entendieron el mensaje: Colombia dudaba, no respondería con firmeza e iba a acatar. Conclusión: lo que procedía era hacer actos de soberanía en el mar que se les entregaba, mientras el gobierno colombiano con actitud de sobradez despreciaba el poder naval nicaragüense. Estupidez e ignorancia de la Cancillería y el Mindefensa. Se les olvidó que las alianzas, la diplomacia y los intereses pueden sustituir el poder militar.
A eso se agrega que en ese país también perciben que Santos simula, por lo que en este asunto carece ante sus ojos de credibilidad y respeto. El excanciller nicaragüense Norman Caldera, frente a la “inaplicabilidad” de la sentencia afirmó: “Creo que debemos de tomar esa posición como una posición electoral. En el fondo, Colombia está respetando” la decisión de la Corte Internacional.
Así las cosas, todo está consumado. No hay recursos para impugnar el fallo, no hay doble instancia y este se debe cumplir, razones por las que no era viable encontrar en los instrumentos de derecho internacional la salida. ¡Eso no logró entenderlo el Gobierno! Ahora estamos en el peor de los mundos: no se ve la solución y en cambio sí hay dos demandas más de Nicaragua que pueden aumentar la pérdida de territorio, mientras el titubeo inutilizó la posibilidad de una postura de fuerza que sirviera para enfrentar tal amenaza.
La alternativa era actuar en su oportunidad con firmeza y enfrentar el despojo. Al menos la comunidad internacional tendría que medirse en el momento de pensar en operaciones conjuntas con Nicaragua y se habría procurado obligar a ese país a un compromiso que atendiera la realidad creada con la sentencia y los intereses nacionales de Colombia. Optamos por la “prudencia” santista, las aguas tibias y el gagueo; al final sólo terminamos de pendejos y Ortega dando lecciones de política a Santos.
Nota: El “altísimo” nivel con el que se maneja la política exterior se condensa en la siguiente frase del ministro de Defensa, Pinzón: “La actitud de Nicaragua es la de un preadolescente”. ¡Con eso ¿para qué más?! Lo que falta es que nombren de embajador al Pibe en Nicaragua y en la Comisión de Relaciones Exteriores a Don Jediondo y al Cuentahuesos.
Twitter: @RafaGuarin
Fuente: http://www.semana.com
Nota: Ya mucho se ha criticado el "relativismo circunstancial" con el que el actual Gobierno maneja todos los asuntos de Estado, desde el diseño y ejecución de las Políticas Públicas, pasando por las reformas que ha pretendido hacer valer en el Congreso, hasta los asuntos más cosméticos y frívolos de la Nación. En cualquier modalidad de manifestación del alto Gobierno se nota la impronta de su naturaleza acomodada, insensata, pusilánime y en exceso prudente. Ese hecho va a torpedear o va a hacer mella en la confianza y credibilidad del pueblo Colombiano en sus Instituciones Democráticas. A la fecha, la Corte Constitucional, el Congreso y La Cancillería (Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial) no han podido responder al sentir de las masas que claman por el desacato simple y expreso frente al fallo de la Corte Internacional de Justicia.
Sin embargo, no solo la confianza que se predica de las autoridades republicanas irá a sufrir por causa de los tonos grisáceos de este Gobierno, también la propia unidad de la cosmopolita y multicultural Colombia. desde hace meses se le ha advertido al Presidente del llamémosle "surgimiento del sentimiento emancipador del Archipiélago de San Andrés y Providencia", ese sentimiento está empezando a capitalizarlo líderes raizales y colonos en las islas, que de buena fe o no, aprovechan la indignación de la gente por el manejo poco claro que se le ha dado a la problemática desatada como caja de pandora por la prevaricadora Sentencia de este tribunal Internacional. Hay que ser claros en que proliferan las causas que alimentan el fervor por el establecimiento de un régimen autonómico en las Islas: la sobrepoblación, los problemas de alcantarillado, el desempleo, los servicios públicos deficientes, el narcotráfico que se siente mucho y muy duro allá, además de la pobreza. Incluso leí que se quiere un régimen como el de Puerto Rico, o sea, el de un Estado Libre Asociado, porque ven que copiando el modelo de Aruba, barbados o curazao pueden elevar la calidad de vida, la propia Gobernadora dice que se debe empezar a estrechar lazos con la comunidad raizal que se encuentra en la costa de mosquitia. Les duele todavía que el gobierno al ceder esa costa haya separado un pueblo, una Nación, una cultura, y algo de razón tienen.
Todo eso es un problema de políticas públicas y de los lineamientos que rigen la administración de la cosa pública desde el orden central. Y les voy a decir el por qué. En Colombia no hay una verdadera ciudad que se proyecte al mundo desde el mar, que sea polo de desarrollo de la cultura marítima, una ciudad tipo Hamburgo, Colón en Panamá o Hong Kong. Siempre se ha visto a la Costa Pacífica o Atlántica como sinónimo de playas. Si no hubiéramos sido así de miopes de toda la vida, pues la Colombia Insular sería un paraíso.
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