No aprovechamos la bonanza petrolera para estimular la industria y un elemento esencial para el desarrollo en cualquier parte del mundo: la ciencia y la tecnología.
En este país de fuegos cruzados entre amigos y opositores del Gobierno, un personaje como Iván Duque Márquez, senador del Centro Democrático, sorprende por su manera lúcida y ecuánime de revelarnos las contingencias que atraviesa nuestra economía. ¿Estamos frente a una situación alarmante? No, replica él, decir alarmante podría ser un poco exagerado. Alarmante es la situación de Grecia; la de Colombia es más bien una situación vulnerable. Tal vulnerabilidad tiene para Duque un claro detonante: el de haber avanzado hacia una petróleo dependencia sin ser un país petrolero como Venezuela.
De un momento a otro, el petróleo representó algo más del 50 por ciento de las exportaciones, a tiempo que generaba el 35 por ciento de la inversión extranjera, cerca del 85 por ciento de las regalías y el 78 por ciento de los ingresos de capital de la nación. Muy bonita perspectiva si fuésemos por el camino de los Emiratos Árabes, pero no es así. Solo tenemos reservas petroleras para algo más de seis años; la gran mayoría de nuestros yacimientos son pequeños; tenemos tan solo cuatro pozos que producen más de 40.000 barriles diarios, cuando los demás están por debajo de los 10.000.
Iván Duque considera que esta bonanza fue tomada como una lotería y no como una renta fortuita que nos obligaba a hacer juiciosas inversiones y a ahorrar por si volvía una época de vacas flacas. No fue lo que hizo el presidente Santos. Buscando soportes políticos para su gobierno, aumentó de manera considerable el gasto público. De 2,6 billones de pesos en el 2010, este pasó, con la creación de 18.000 nuevos cargos en la administración, a 5 billones en el 2015. En una desaforada campaña que buscaba convencernos de que vamos por un nuevo país, el Gobierno invirtió (o más bien deberíamos decir despilfarró) en eventos y publicidad, entre el 2012 y el 2014, la nada despreciable cifra de 2,3 billones de pesos.
No olvidemos los dos factores que hicieron posible la desperdiciada bonanza. El primero, sin duda, fue la política de Seguridad Democrática del presidente Uribe, gracias a la cual regresó al país la inversión extranjera, con lo que se logró un progresivo aumento de la producción. De 250.000 barriles diarios en el 2010 llegamos a cerca de 800.000 al final de su gobierno y a un millón en tiempos de Santos. El segundo factor fue el aumento del precio internacional del crudo, que llegó a los cien dólares por barril.
Nadie llegó a imaginar que aquella renta extraordinaria se esfumaría de la noche a la mañana con la vertiginosa caída del precio del petróleo. Las consecuencias las estamos padeciendo. Colombia cerró el 2014 con un déficit comercial de más de 4.000 millones de dólares. Cayó además la inversión extranjera directa en este sector, en parte por la agobiante carga tributaria impuesta por el Gobierno y también por los terribles atentados que han sufrido los oleoductos, además de amenazas y extorsiones. Es fácil comprender que las multinacionales encuentren mejores opciones en México.
Triste consecuencia: matamos la gallina de los huevos de oro. La perforación ha caído en un 82 por ciento y la exploración, en un 92 por ciento. No aprovechamos la bonanza petrolera para estimular la industria y un elemento esencial para el desarrollo en cualquier parte del mundo: la ciencia y la tecnología. También por la alegre dispersión del gasto público, el sector agroindustrial ha tenido un crecimiento lánguido.
Iván Duque sostiene que hemos vivido tres crisis en una. La primera, haber gastado la renta petrolera, creyéndonos con las reservas de Arabia Saudita. La segunda es la desesperada reforma tributaria aplicada por el Gobierno, que aumentó de manera abrumadora la carga de impuestos en el sector industrial. La tercera es la crítica desconfianza que hoy reina en los sectores de la producción, el comercio y los consumidores. Triste final de la película.
Plinio Apuleyo Mendoza
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