En un momento de su discurso de aceptación de la victoria el pasado domingo, a Enrique Peñalosa se le quebró la voz: “Les quiero mandar un mensaje a tantos jóvenes que tienen un sueño, que pueden haber fracasado una y otra vez. Que si uno tiene una pasión hay que persistir y que persistan en sus sueños, trabajen duro por ese sueño, que…”
-‘Peñalosa, ¡Presidente¡’, gritó alguien entre el público.
“No, no, no, cero presidencia. A mí solo me interesa ser alcalde con todo corazón y nada más”.
Quizás pocas líneas describan mejor al alcalde electo de Bogotá: tanto su persistencia después de participar en nueve de las 13 elecciones que ha habido desde 1990, y no ganar desde octubre de 1997, como el que lo único que le interesa es ser alcalde (aunque ha intentado dos veces ser Presidente).
“Enrique Peñalosa es un maníaco con una misión”, dice un amigo que lo conoce desde jóven. “Un líder es la persona que sueña en grande y tiene la posibilidad de ejecutar ese sueño. Ese es Peñalosa”.
Y Peñalosa tiene un sueño: hacer realidad la ciudad con la que sueña, la que trató de crear cuando fue alcalde de Bogotá entre 1997 y 2000 y la que quiere terminar ahora que fue reelegido con 903,764 votos.
Tener una idea tan clara de la ciudad en su cabeza es su gran virtud. Pero también es su gran talón de Aquiles. Especialmente porque la Bogotá que recibe en este momento dista mucho de la que dejó hace 15 años y está mucho más fracturada.
Toda la gente que conoce a Peñalosa sabe de su obsesión con esa visión que tiene para la ciudad.
Hace alrededor de doce años estaba en el balcón de un apartamento que tenía en Cartagena dibujando la fachada de la casa, cuando el amigo con el que estaba le preguntó cómo se imaginaba la Bogotá de 2020. Peñalosa no le contestó, se la pintó. Le explicó por dónde iría la ruta del metro, el metrocable a la Calera, dónde construiría un parque público…
Otra persona que lo conoce bien dijo a La Silla Vacía que su obsesión con la ciudad, a veces, se parecía un poco a la locura. Todo lo que lee, todo lo que habla, todo lo que piensa y sueña gira alrededor de esa ciudad deseada.
En sus viajes, Peñalosa mide el ancho de los andenes y los compara con el espacio que tienen los vehículos para circular en las calles. Cuando camina por Bogotá, no deja de quejarse de los afiches en las paredes, de los postes de luz que no funcionan, de los árboles que están torcidos o a punto de podrirse.
“La mayor ambición de Peñalosa sería ser Alcalde de Bogotá durante 20 años consecutivos”, dijo una persona que trabajaba con él y que, como otras, prefirieron no dar su nombre para hablar con libertad. Peñalosa no solo ha pintado su ciudad imaginada. Lleva años escribiendo un libro sobre lo que quiere para Bogotá, el testamento de un deshauciado político que de la noche a la mañana descubrió que tenía cuatro años más para llevarlo a cabo.
Nace la obsesión
Enrique Peñalosa heredó su pasión por la ciudad de su papá, que en esto, como en otras áreas de su vida y de su personalidad, lo marcó profundamente.
El abuelo de Peñalosa era un hombre que había quedado huérfano pequeño y que mantuvo a una familia de ocho hijos con el modesto sueldo de director de la imprenta nacional. Aunque creció sin plata, Peñalosa Camargo –el papá del candidato– se convirtió en un personaje importante en la historia de Colombia: fue embajador ante las Naciones Unidas, Ministro de Agricultura, primer director de las Corporaciones Autónomas Regionales, Concejal, entre otros cargos públicos.
Como Ministro de Agricultura de Carlos Lleras Restrepo, Peñalosa Camargo impulsó la reforma agraria de finales de los años sesenta. Aunque limitada, (el historiador Marco Palacios calcula que en treinta años de vigencia de la reforma agraria, sólo 63 mil familias recibieron algo más de un millón de hectáreas en total), el sólo intento, llevó a que los terratenientes la boicotearan o se aprovecharan de ella para desembarazarse de malas tierras. El escándalo que le montó el entonces senador Nacho Vives terminó de aniquilar su carrera en Colombia, pues a pesar de haber sido absuelto jurídicamente, el papá de Peñalosa se acabó políticamente.
A Peñalosa hijo, el escándalo lo marcó de diferentes formas.
Resintió la injusticia y algunas personas cercanas atribuyen a ese incidente la antipatía que siempre sintió por los políticos tradicionales. Una antipatía que tuvo un paréntesis en la campaña a la Alcaldía de Bogotá del 2011 en la que hizo alianzas con todo el establecimiento político, incluido el expresidente Uribe y su partido de la U, uno de los más comprometidos en el Cartel de la Contratación. Y que parece haber superado definitivamente en esta campaña en la que terminó avalado por el partido del vicepresidente Germán Vargas Lleras y los conservadores.
Este desprecio por los políticos tradicionales también tenía raíces en su infancia, porque en los años en que su papá fue gerente del Incora y él era un niño en el colegio Gimnasio Campestre de Bogotá, sus compañeros lo molestaban porque su papá le estaba “incorando” las fincas a sus familias.
Pero sobre todo, el escándalo que rodeo a su papá lo afectó porque a raíz de eso, Peñalosa Camargo fue nombrado Embajador de Colombia ante las Naciones Unidas y Peñalosa, con 15 años, se fue a vivir a Estados Unidos con su papá y sus hermanos.
En Estados Unidos entró a estudiar a la Universidad de Duke becado como futbolista. Su vida ‘americana’ y su formación académica como economista forjaron su visión sobre la ciudad y sus nociones de igualdad, que él ha escogido como los ejes de su trayectoria política, de su pasada campaña presidencial y de la que acaba de ganar.
“Desde muy niño, yo estaba obsesionado con el tema de la igualdad y el desarrollo económico”, dijo Peñalosa a La Silla Vacía durante su campaña presidencial. “A los 13 años estaba convencido de que el socialismo era el camino. Soy mucho más de izquierda que los señores del Polo Democrático”.
Sin embargo, en la universidad entendió que había subestimado la ineficiencia del sistema socialista que había llevado al fracaso del socialismo y que el desarrollo económico iba a llegar tarde o temprano. Fue entonces cuando se convirtió al capitalismo y se apasionó por el tema urbano.
Su papá acababa de ser nombrado Secretario Mundial del Habitat, y Peñalosa dice que entendió que de “la forma cómo hicieran una ciudad, dependía la felicidad para siempre de miles de personas”. Ahí se enganchó con el tema urbano y la obsesión nunca lo abandonó.
Esa intuición sobre el poder liberador de la ciudad lo vivió luego en París, cuando fue a hacer su posgrado. Dice que a pesar de vivir con limitados recursos (limitados para el hijo de un ex embajador), vivió totalmente feliz. “Entendí el poder que tiene una ciudad para generar inclusión y felicidad”, dijo Peñalosa en un programa de TV http://lasillavacia.com/historia/enrique-penalosa-charladito-50905 que organizó la Universidad Sergio Arboleda, Cablenoticias y La Silla.
“Lo único que realmente importa es la felicidad. Sentirse inferior y excluido es uno de los mayores obstáculos a la felicidad”, dice el nuevo alcalde.
¿Cómo se logra esa inclusión? Peñalosa cree que hay dos tipos de igualdad: la igualdad democrática, de la que se deriva la idea de que el interés general está por encima del particular. Y la igualdad de calidad de vida.
“Concebimos la ciudad avanzada, no como una en la que aún los ciudadanos de menores ingresos usan el carro, sino una en la que aún los más ricos se movilizan en transporte público”, es como él resume su idea básica de igualdad.
Peñalosa no cree en combatir la desigualdad de ingresos. "La discusión sobre la distribución del ingreso que hacen los economistas es realmente carreta, porque en realidad no hay maneras prácticas de cambiarlo".
Con La Silla desarrolló la idea: “Puede ser indispensable en algunos momentos tener programas de comida gratuita, pero eso no construye igualdad, puede incluso perpetuar la desigualdad”, dijo Peñalosa, un mes antes de anunciar que de ser elegido haría el programa de Bogotá sin Hambre II, el programa bandera de su ahora coequipero Lucho Garzón. “Buscar la igualdad sí es dar una cantidad de peleas, como darle al transporte público prioridad en el uso vial, o impedir que se privaticen las playas, o hacer megabibliotecas”. Peleas que dio.
Para explicarlo en otros términos, Peñalosa está convencido de que el mercado por sí mismo es el mejor y más eficiente vehículo para generar riqueza, pero al mismo tiempo está activamente en contra de los privilegios.
Estas dos posturas le generan, a la vez, antipatía entre los sectores de izquierda, que desconfían del mercado y que han criticado que algunas políticas de Peñalosa han terminado favoreciendo sobre todo a los ricos, como su resistencia a hacer cobros de plusvalía, o sus modificaciones del POT para urbanizar parte de la reserva forestal, o la privatización de la empresa de energía; y también genera antipatía entre las clases altas, que están acostumbrados a los privilegios (un ejemplo pequeño pero diciente fue cuando decidió que la carrera 9 con 82 debería ser de una sola vía y los socios del Gun Club lo tomaron como una ofensa, pues después de eso tenían que hacer una vuelta más larga para ir a almorzar).
La idea de ciudad
La idea de igualdad que maneja Peñalosa se resuelve a través de los bienes públicos. El alcalde electo está convencido de que hay que compensar con bienes públicos las deficiencias que tiene la población en lo privado. Es decir, ofrecer unos bienes y servicios de alta calidad que pongan a ricos y pobres en circunstancias parecidas por lo menos cuando están en el espacio público
Que si viven en una casa estrecha, puedan gozar de un parque y una buena biblioteca como lo hacen los bogotanos más acomodados en sus clubes y colegios, o en los jardines de sus propias casas. O que si no tienen carro puedan ir en un bus igual de rápido porque el transporte público tiene un carril preferencial. O caminar por un andén sin miedo a ser atropellados. O tener acceso al verde, un bien cada vez más escaso.
“El desarrollo implica una mejor manera de vivir, no ser más rico”, dice Peñalosa. “Es la vida civilizada, que estemos afuera, no encerrados en los centros comerciales, que pintemos, que hagamos caminatas por los cerros, eso es lo que hace que una sociedad sea más feliz y mas civilizada. El objetivo verdadero es vivir mejor. Y la ciudad es un medio para una manera de vivir. Ese entorno físico determina cómo vive la gente”.
Peñalosa siempre ha pensado la ciudad alrededor de los ciudadanos más vulnerables, los niños, los viejos, los que se movilizan en silla de ruedas.
Por eso, durante su administración construyó más de 250 kilómetros de ciclorrutas, 1.100 parques (que según la Encuesta Bienal de Culturas son hoy uno de los espacios más apreciados por los bogotanos), ocho jardines sociales de lujo para niños estrato uno, tres megabibliotecas y el sistema de Transmilenio que en su momento redujo los tiempos de movilidad en casi un 20 por ciento, entre otros proyectos. Y por eso, una de sus promesas de campaña es crear unos megacentros deportivos y de esparcimiento para que los niños y los jóvenes puedan ir y hacer deporte y teatro y tener un lugar de recreación que ofrezca un mejor plan que vitrinear en un centro comercial.
“Hay que hacer una ciudad para la gente, con aceras, con espacios peatonales, con parques, con excelente transporte público, con belleza”, explica Peñalosa. “Me decían que era un decorador de ciudad y no me importa. ¿Por qué no usar los mejores arquitectos, por qué no hacer obras que enaltezcan el ser humano, que reflejen que el ser humano es sagrado?”
Los admiradores de Peñalosa aprecian en él la cualidad, a veces escasa en los colombianos, de pensar cosas en grande. Y la razón de que él lo haga así es que el candidato considera que las cosas ordinarias no le dan un carácter a una ciudad, ni le dan felicidad a nadie. Solo las cosas verdaderamente bellas.
La otra cara
Pero es precisamente esta priorización de la ‘ciudad bella’ lo que otros urbanistas le critican. Aunque le reconocen sus conocimientos en el tema urbano, consideran que el modelo de Peñalosa es limitado y es autoritario.
Por un lado, consideran que relega a un segundo lugar conceptos claves de una ciudad moderna como el elemento de la productividad económica y la inserción de Bogotá en la economía internacional, la integración de la ciudad con el nivel nacional y la distribución de riqueza.
Dicen que su modelo no apunta a crear oportunidades de empleo y desarrollo y que, por eso, apenas construye un andén amplio éste rápidamente se llena de vendedores ambulantes. Porque la gente sigue siendo pobre y los necesita para ganarse la vida.
“Peñalosa tiene una visión de la ciudad del siglo XIX, su obsesión por los parques, las alamedas, forman parte del ‘Movimiento de la ciudad bella’, es una estética basada en la cosmética del parque. Hay que pasar de la ciudad bella a la informacional y él sigue obsesionado por tratar todo como si fuera un problema de embellecimiento”, dice Mario Noriega, profesor de la maestría de planeamiento urbano y regional de la Universidad Javeriana.
En la misma línea, otros de sus críticos dicen que Peñalosa tiene una visión faraónica de lo público. “Es un urbanismo impositivo que no resuelve una necesidad sino que responde al ego de Peñalosa. Impone proyectos de arriba hacia abajo”, dice uno de ellos. “Peñalosa no tiene en cuenta instancias políticas de participación y tiene una visión muy centralista porque cree que la descentralización es igual a la corrupción”.
Aunque no quiso que se revelara su nombre dio ejemplos concretos. Uno de ellos la biblioteca El Tintal, en el sur, que es hermosa, pero la inversión realizada en ella no es proporcional a la poca afluencia de gente que va. Otro proyecto de estos sería la Alameda El Porvenir, que no es disfrutada por tantos bogotanos como se esperaba cuando se hizo la inversión, porque el problema de la inseguridad nunca se superó. El Parque del Renacimiento de la 26, que es tan solitario como el cementerio. E incluso los jardines infantiles, en donde cualquier familia rica quisiera dejar sus hijos, pero que costaron millones de pesos mientras que los demás jardines del ICBF y a donde iban la mayoría de niños bogotanos, carecían de baños.
Y está el caso Tercer Milenio, que es el preferido de todos los urbanistas que no quieren a Peñalosa. Pero que también es el preferido de todos los que piensan que los bogotanos están locos si dejan pasar la oportunidad de elegir a Peñalosa el próximo domingo.
El Parque Tercer Milenio
La Calle del Cartucho, a pocas cuadras de la Casa de Nariño y el Palacio Liévano, era uno de los focos de criminalidad y consumo de drogas más grandes del país. Era una ‘olla’ gigante, con niveles de corrupción policial proporcionales a los de los delincuentes que operaban desde allí. El Cartucho era uno de los principales escondederos de armas, de delincuentes y hasta de secuestrados. También de la pobreza más extrema. Se calcula que en estas 20 manzanas vivían unos 2.500 indigentes. Era un problema que parecía insoluble.
Pero no para Peñalosa. Durante su administración, Peñalosa manejó la teoría (y la aplicó) de que había que comenzar por los problemas más difíciles porque, una vez resueltos, era fácil convencer a la gente que los más sencillos también se podían superar. Por eso arrancó el Transmilenio por la Caracas, que era donde las mafias del transporte oponían mayor resistencia a cualquier transformación en la movilidad. El Cartucho era todo un reto para el Alcalde.
Peñalosa decidió convertir El Cartucho en un gran parque, “donde los niños tocaran violín” y no escatimó esfuerzos para lograrlo. Con policía y hasta helicópteros armados, desalojó a los habitantes que no querían reubicarse, tumbó las casas con buldózer, compró más de 600 terrenos y, al finalizar su administración, Peñalosa entregó el parque Tercer Milenio, con una escultura inmensa de Eduardo Ramírez Villamizar, un espacio amplio para que los niños jugaran, caminos para los enamorados, en fin. Un nuevo referente para la ciudad que le mejoró considerablemente la cara al centro.
Después de una inversión de más de 150 mil millones de pesos, El Cartucho desapareció. Pero casi inmediatamente retoñó en más de mil ollas desperdigadas en las veinte localidades.
La inversión social en la rehabilitación de los indigentes y las oportunidades de otra vida económica para los 12 mil habitantes de El Cartucho no fueron prioritarios para Peñalosa, como sí lo fue la revolución física de la zona. A la administración de Mockus le tocó iniciar todo un plan de vivienda prioritaria para atender el problema social del Cartucho que seguía –y se puede decir que sigue– sin ser resuelto.
“Es que Peñalosa es un gerente y a los gerentes la democracia les estorba. Un político construye con los demás”, dijo una persona que trabajó en la Administración de Mockus y que conoció de cerca todo el proceso del parque Tercer Milenio.
El gerente
Peñalosa es un gerente eficiente y efectivo. Eso lo reconocen los que lo quieren y los que lo odian y hay una buena proporción de gente en cada bando que sienten una cosa y otra con igual intensidad.
Quienes han trabajado con él lo quieren de verdad. A diferencia de Petro, que es frío con su círculo cercano, que le teme, y en cambio es carismático y cercano en la plaza pública, Peñalosa es caluroso y respetuoso con la gente que lo conoce y absolutamente torpe y hostil con todos los demás. “No resiste la mediocridad”, dice una de las personas que lleva años trabajando con él. “No tiene filtro”, dice otro. “Va diciendo lo primero que se le ocurre”.
Incluso contó una persona que lo vivió de primera mano que un día lo llevó donde un ‘cacao’ a pedirle una donación para una de las tantas campañas políticas que ha hecho. No acababa de presentarse cuando comenzó a criticar al empresario por obras que a Peñalosa le parecían inadecuadas en la ciudad. Cuenta la fuente, que el empresario lo llamó a un lado y le dijo, ‘le doy un millón de pesos a su amigo, pero sáquelo ya de mi oficina’.
Durante su administración, Peñalosa se rodeó de la gente que consideraba más apta para el cargo. A la mayoría ni los conocía. Varios de ellos dijeron a La Silla Vacía que una vez Peñalosa les ofreció el cargo les preguntó quién consideraban bueno para las otras vacantes. Y que el nombre que ellos dijeron fue el que quedó.
Una anécdota que uno de ellos contó tiene que ver con Sergio Regueros, el que venía de ser el Director de la ETB de Mockus. En el carro, rumbo a la entrevista, Peñalosa venía diciendo que Regueros ‘era un cretino’ –un adjetivo que él usaba con frecuencia para referirse a otros– y que no sabía nada.
Pero cuando llegó y Regueros les hizo una presentación de varias horas, Peñalosa concluyó que había que dejarlo en el cargo, que era impresionante lo mucho que sabía. Y así, la ETB, que era la joya de la corona en ese momento, quedó en manos de alguien a quien Peñalosa no le debía nada.
Entre su equipo había una gran cohesión de grupo y una gran admiración por el conocimiento y liderazgo de Peñalosa, que delega y revisa, pero confía en su equipo. Y ejecuta. Algunos de ellos aún lo acompañan. Otros se fueron con Uribe (Alicia Arango, la 'Conchi' Araújo, Cecilia María Vélez, Carolina Barco y María del Pilar Hurtado, la exdirectora del DAS, condenada luego por las chuzadas del Das). Zoraida Rozo, la esposa del ex gobernador Álvaro Cruz, envuelto en el cartel de la contratación, y ahora también imputada por presuntamente intentar sobornar al fiscal que llevaba el caso de su marido, fue durante años su mano derecha.
Cuando era Alcalde y todavía no existía el celular, Peñalosa diseñó un sistema de correo de voz para comunicarse con los funcionarios de su administración. Cuando estos se levantaban miraban sus buzones y a las siete de la mañana ya tenían mensajes del Alcalde que recorría obsesivamente la ciudad detectando dónde había fallas o dónde había oportunidades de mejorar.
En momentos de crisis, la gente que lo conoce, dice que Peñalosa actúa con serenidad. Una de sus ex funcionarias recuerda que el peor día de su administración fue el día de la tragedia de Luna Park.
El 25 de agosto del año 2000, siguiendo la orden de recobrar el espacio público, el alcalde local de la localidad Antonio Nariño dio la orden de derribar un muro que se había levantado ilegalmente hace 27 años en el vecindario de Luna Park, en el barrio Restrepo.
Los vecinos habían protestado porque alegaban que no se sentían seguros, pero como el cerramiento era ilegal, un buldózer echó abajo el muro. Pero se equivocó y en cambio de atraerlo hacía la máquina lo empujó contra una barrera humana que habían formado los vecinos para impedir que lo tumbaran y murieron dos personas.
Cuando se enteró de la noticia, Peñalosa le dejó a todos sus empleados un mensaje en el correo de voz lamentando la tragedia pero recordándoles la misión en la que todos estaban trabajando para sacar adelante la ciudad.
“Esa claridad de por qué trabajar nos reconfortó a todos”, dijo su asesora. “La visión que tiene Peñalosa y que siempre se la juega por el interés general es donde radica la fuerza de su liderazgo”.
Ella, por ejemplo, admira el impacto a largo plazo que ha tenido su jefe, no sólo sobre la organización de la ciudad sino sobre las políticas urbanas de las ciudades de todo el país, que han comenzado a replicar el modelo de Bogotá. Peñalosa reglamentó que toda construcción en la ciudad tiene que dejar un espacio público de determinados metros, especificó los materiales, incluso el tipo de árboles –él se sabe el nombre de todos porque su mamá era decoradora de jardines– que debían plantarse. Y mal que bien, esa reglamentación se sigue aplicando una década después.
El resultado de esto es una ciudad más ordenada y coherente, dicen sus seguidores. Sus detractores, en cambio, dicen que es una estética que tiende a la homogeneización y al autoritarismo. “Es la idea de orden de derecha, facha, es someter a un único patrón de conducta a los ciudadanos”.
Su desprecio por la política
En una entrevista que le hizo curiosamente Sergio Fajardo en 2002, cuando Fajardo era el jefe de redacción de El Colombiano y Peñalosa acababa de dejar la alcaldía, el ahora gobernador de Antioquia le preguntó si tenía una organización política, si era autoritario. Y Peñalosa respondió:
"No voy a hacerme el demócrata, en el sentido de que no tengo ni organización, ni tiempo para sentarme en reuniones interminables. A mí me parece rico sentarme y discutir, absorbo muchas ideas. Pero no voy a crear una organización donde vamos a tomar decisiones por votación y demás. La gente que sabe que escucho, es la gente que ha trabajado conmigo. En este momento yo hago política no porque me interese el poder, lucho por promover una visión y unas concepciones que tengo, las cuales pueden ser ajustadas en el camino a través del aprendizaje, la discusión y el conocimiento, pero no tengo ningún interés en crear una organización. Mi objetivo es construir espacios peatonales, colegios y parques, colocarle alcantarillado a los barrios pobres, etc. Otros se encargarán de la evolución de las instituciones políticas, esa no es mi prioridad".
Y ese párrafo, de alguna manera, explica el recorrido político de Peñalosa, que no ha mostrado interés en construir un proyecto político ni ha reparado en saltar de un partido a otro ni en aliarse una vez con Álvaro Uribe y la siguiente con su contraria Claudia López y la siguiente con su otra vez contrario Vargas Lleras, como en encontrar el vehículo que le permitiera llegar a la Alcaldía a desarrollar su proyecto de ciudad.
Después de hacer una maestría en el Instituto Internacional de Administración de París y obtener un doctorado en Administración Pública de la Universidad de París 2, Peñalosa volvió al país. Fue secretario económico de Virgilio Barco (en cuyo honor bautizó la megabiblioteca que construyó); fue representante liberal a la Cámara de Representantes en 1990; aspiró infructuosamente a la Alcaldía como precandidato liberal en 1991 y como candidato tres años después; finalmente le ganó a Carlos Moreno de Caro con su movimiento ‘Por la Bogotá que Soñamos’, que luego se disolvió cuando no lograron superar el umbral requerido unos años después.
Peñalosa tuvo una tercera derrota en 2007 cuando intentó volver al Palacio Liévano y perdió frente a Samuel Moreno, a pesar de haber sido el favorito durante toda la primera parte de la campaña. Y luego otra en 2010, cuando perdió la consulta interna del Partido Verde contra Antanas Mockus.
Enrique Peñalosa había perdido varias veces pero esa vez estaba ansioso por ganar. Necesitaba ganar. Una vez alguien le oyó quejarse de que sus hijos no lo habían visto sino perder elecciones. Y aunque no tenía sino 57 años, sentía que esa era quizás su última oportunidad de construir la ciudad con la que soñaba.
Creyó que aliarse con Álvaro Uribe era –por lo menos cuando aceptó su apoyo– un camino más o menos seguro para lograrlo. Peñalosa se había opuesto públicamente a la reelección de Uribe y nunca le aceptó los cargos que este le ofreció cuando Presidente. Pero igual lo admiraba, sobre todo sus posturas en el tema de seguridad, que son las mismas de Peñalosa.
Además, Lucho Garzón le había montado una campaña negativa durante los primeros años de su Alcaldía, en el que no pasaba una semana sin que saliera a los medios a hablar del lamentable estado de las losas de Transmilenio: haber usado mal el relleno fluido en algunas de las vías fue uno de los grandes errores de la administración Peñalosa que le han costado miles millones de pesos a los contribuyentes bogotanos (a 2007 su arreglo ya le había costado 17 mil millones de pesos a la ciudad y según un reporte de este año, el IDU de Petro había invertido otros 10.400 millones para reparar más de dos mil losas); unida a la serie de rumores dispersados por la campaña de Samuel Moreno en la que convencieron a prácticamente todos los taxistas que Peñalosa o sus hermanos eran dueños no sólo de Transmilenio sino también de los taxis ‘blancos’ y de la fábrica de bolardos y de los moños de Navidad; sumado al rechazo que generó en miles de familias el desalojo de los vendedores ambulantes hizo de Peñalosa uno de los personajes más odiados entre los sectores populares.
Para reversar esa opinión, ¿quién mejor que Uribe, que era (y sigue siendo) admirado y querido en estos estratos?
Como Peñalosa tiene una idea fija en su cabeza y la certeza de que él puede hacer de Bogotá un lugar incluyente, civilizado y hermoso, su primera declaración pública cuando el Partido Verde lo escogió como candidato fue manifestar su beneplácito con el respaldo de Uribe.
No le importó que la Ola Verde, que le había puesto tres millones y medio de votos a Mockus, se hubiera levantado precisamente contra todo lo que significaba el ex presidente y que el mito fundacional del partido fuera incompatible con las prácticas del uribismo.
El resto ya se sabe: el partido mayoritariamente aprobó no sólo este apoyo sino además la alianza con La U, Mockus se salió después de haber dicho que no le molestaba el apoyo de Uribe y de la ilusión que había despertado este partido solo quedó un partido ordinario como cualquier otro. “Otros se encargarán de la evolución de las instituciones políticas, esa no es mi prioridad”, ya lo había dicho Peñalosa.
Pero los frutos de esa alianza con Uribe poco le sirvieron y más bien impidieron que mucha gente le diera su voto. Así Peñalosa perdió la alcaldía una vez más. Y tres años después, la presidencia.
La quinta fue la vencida
En la campaña presidencial del 2014, Peñalosa obtuvo en Bogotá 400 mil votos de los mismos peñalosistas que llevaban una década votando y perdiendo con él.
Ese ‘cace’ que, no era despreciable, convenció a Carlos Fernando Galán, a David Luna y a Peñalosa que quizás no perdía nada intentandolo de nuevo.
Tenían fe en que nadie podría encarnar mejor que él la idea de un cambio, que era lo que las encuestas demostraban que querían la mayoría de bogotanos. Ya Pacho Santos, el candidato uribista, estaba ondeando esa bandera, pero Peñalosa tenía más obras que mostrar en ese frente.
Sin embargo, el regreso de Peñalosa a la política fue recibido con frialdad por los grandes medios que ya estaban alineados con la candidatura de Rafael Pardo y temían que la irrupción del candidato que había perdido en serie dividiera a la centro-derecha y facilitara la continuidad de los gobiernos de izquierda.
Una fuente de su campaña contó a La Silla que en mayo, cuando estaban recogiendo firmas, y la gente les decía que íban a terminar eligiendo a Clara, llegaron un día descorazonados donde el candidato a plantearle si no era mejor ayudarle a otro candidato.
Peñalosa fue firme. “No nos parecemos a nadie, persistamos”, les contestó. Y así fue.
Este Peñalosa también quería ganar pero los que lo acompañaron esta vez dicen que estaba mucho más tranquilo porque sentía que ya no tenía nada que perder. También porque los golpes anteriores le habían dado tan duro que finalmente había aprendido ciertas cosas. Esta campaña no fue como las otras.
Paradójicamente, aunque Peñalosa es reconocido por su habilidad gerencial, siempre hacía campañas de primíparo, con escasa planeación. Esta vez, en cambio, por primera vez abrió sedes en toda la ciudad: en Kennedy, Bosa, Ciudad Bolívar, Usme. Y se centró en unificar y simplificar su mensaje.
“Estuvo más dispuesto a escuchar”, dice una persona que trabajó con él, lo cual en él es todo un logro porque cuentan sus conocidos que Peñalosa es terco. Solo oye a quienes él considera interlocutores válidos y ese círculo es pequeño. No es fácil lograr que cambie de opinión. No funcionan ni los argumentos ni la teoría. La única forma de lograrlo, según una persona que lo conoce desde hace mucho tiempo, es llevarlo al problema y que él lo vea con sus propios ojos.
“Así puede cambiar de opinión en un minuto porque se convierte en un descubrimiento (para él). Es muy perceptivo, por eso siempre lo vas a ver tomando notas en una libreta. Es su manera de recordarse lo que percibe de los demás”, añade.
Con el problema adicional -según una fuente que lo conoce de cerca- de que a veces “pierde la noción de integralidad de la ciudad por su sesgo de especialista que nubla su visión” de la ciudad como un conjunto.
Esta vez, como la primera vez que hizo campaña, Peñalosa se la pasó todo el día en la calle. Pero, a diferencia de las veces anteriores, sentía que la gente quería que volviera a gobernar Bogotá. “Era como estar con un rock star”, dijo una de ellas.
Lo que viene
Si Peñalosa llega al Palacio Liévano a actuar como lo ha hecho toda su vida, lo más seguro es que llegará a continuar su modelo de ciudad sin hacerle concesiones a nadie, pero también sin escuchar las sugerencias de nadie. Cuando Peñalosa se posesione el próximo enero, llegará a terminar la ciudad que tiene en su cabeza y que ha puesto en renders para que otros puedan soñar también con ella. No será fácil.
Peñalosa fue elegido para hacer una ruptura y él va a llegar a hacer una ruptura, con los traumatismos que eso implica.
Para comenzar, como dijo una persona de su equipo, la burocracia que maneja hoy la ciudad no solo ha crecido mucho sino que es diferente a la que heredó de Mockus hace 15 años y es diferente a la gente con la que él está acostumbrado a trabajar. Allí encontrará la primera resistencia.
Luego está su forma de liderar. Peñalosa lidera a través de contagiar a la gente con su visión más que a través de negociaciones y la construcción de consensos con las visiones de ciudad que tienen otros. Allí también habrá tensión.
Y por último están las obras de infraestructura que serán su prioridad y que Peñalosa comenzará a hacer desde el primer día porque lleva años queriendo hacerlas y porque lo eligieron para hacerlas.
“Vamos a solucionar lo urgente en movilidad, en salud”, dijo Peñalosa en su discurso del domingo. “Vamos a trabajar en la construcción de un sueño colectivo, de una visión compartida de ciudad […] Vamos a dejar atrás la desesperanza. Vamos a trabajar por una Bogotá a la altura de nuestros sueños más ambiciosos”.
En cuatro años sabremos si el sueño que tuvo hace 20 años Peñalosa logró volverse también el de los bogotanos. Porque más que un alcalde, los bogotanos eligieron su sueño.
Nota: este perfil es una versión actualizada de otro que escribí y publiqué en este medio y luego en el libro Súper Poderosos, publicado por Aguilar y La Silla Vacía.
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