lunes, 15 de febrero de 2016

Manuel Carvajal Sinisterra, un adelantado a su tiempo

Su historia y logros lo convierten en quizás el empresario más admirable del siglo XX en Colombia. Cumpliría 100 años el 20 de febrero.


Un empresario planea y pone en marcha lo necesario para ampliar sus negocios. Un visionario trasciende ese cometido y se enfoca en generar riqueza en su comunidad y en darles herramientas de crecimiento a quienes lo necesitan. Manuel Carvajal Sinisterra, un hombre que le hablaba de igual forma a un presidente que a un obrero, entendió desde su convicción humana y religiosa que el éxito se reparte entre más que unos pocos. Asumió desde muy joven las riendas de una empresa que con empuje y talento proyectó a nivel latinoamericano. “Carvajal no produce papel ni cartón, es una industria de empaques; no es una impresora, procesa y difunde información”, aseguraba.

Más allá de su labor en el ámbito privado, Carvajal Sinisterra, que no se graduó de bachiller, dejó una huella importante en el ámbito público, empresarial y educativo. Entre muchas iniciativas, impulsó la creación de la Andi en 1944, de Ecopetrol cuando fue ministro de Minas en 1950, y de Fedesarrollo en los años sesenta. También apoyó a la Universidad del Valle, donde gestionó e hizo parte de la primera promoción de Maestría en Administración Industrial y creó la Fundación para la Educación Superior.

El próximo 20 de febrero se cumplen 100 años del nacimiento del prohombre que desde su perfil bajo apalancó grandes cambios en Colombia, y dejó lecciones que cobran relevancia en un país que debe prepararse para el posconflicto. Para honrar su memoria y legado, el 15 de febrero en Cali tendrá lugar el conversatorio ‘La transformación de Colombia: una oportunidad para la empresa’. También se lanzará la biografía Manuel Carvajal Sinisterra. Una vida dedicada a generar progreso con equidad, escrita por el periodista Julio César Londoño en asocio con la Universidad Icesi. Producto de una investigación exhaustiva, el texto relata la vida de quien es quizás el empresario más admirable de Colombia en el siglo XX.

Su familia, a veces relegada por su falta de tiempo, entendió sus razones. “Cuando mamá le hacía reclamos porque hacía falta en casa, él siempre decía ‘Colombia es el barco en que vamos todos y si el barco se hunde nos hundimos todos’”, aseguró a SEMANA su hija María Eugenia. En efecto, Manuel viajó muchas veces por largos periodos pero nunca sin motivo: para mantenerse al tanto de lo último en tecnología, para conseguir papel en épocas de guerra, y, también, para representar a Colombia en las negociaciones del GATT (Acuerdo General de Aranceles). De lejos o cerca, para su hija era “un hombre poco expresivo, pero que hacía sentir el amor. Tenía poca vida social pero amigos del alma”. Para Manuel Carvajal siempre primó la calidad sobre la cantidad, tanto en lo económico como en lo humano.

En el siglo XXI no sorprende oír de hombres jóvenes que lideran compañías exitosas. Mark Zuckerberg de Facebook y Sergey Brin y Larry Page de Google muestran el ejemplo de decenas de jóvenes visionarios que trabajaron desde la pasión. Pero hace casi 80 años el marco era distinto. Sin embargo, en 1939, a sus 23 años, cuando murió su padre Hernando Carvajal Borrero, Manuel se elevó como una figura líder. Con base en trabajo y principios educó a sus hermanos y primos y sostuvo a una familia numerosa que rigió con rectitud, sencillez y justicia. En el proceso, hizo de Carvajal un estandarte del comportamiento empresarial y se convirtió en un experto consultado por presidentes como Laureano Gómez, Mariano Ospina y Carlos Lleras. Maduró ‘biche’ y murió joven. Por eso queda latente la pregunta de qué tanto más hubiera podido conseguir de haber vivido más allá de sus 55 años, cuando un infarto se lo llevó en 1971.

A juzgar por la forma como impactó el mundo que lo rodeaba, Carvajal Sinisterra estaba décadas adelante de su tiempo. No solo convirtió a Carvajal en la primera en la industria nacional que derribó fronteras y se internacionalizó; también redefinió radicalmente la relación entre el empresario y sus empleados. En épocas en las que no era obligación, ya les pagaba los intereses de las cesantías a sus trabajadores, pues aseguraba que “no era su dinero”. Hoy la responsabilidad social empresarial es un tema de moda, pero Carvajal Sinisterra la aplicó por convicción desde los años cuarenta, cuando no le representaba beneficios tributarios.

Tuvo claras sus prioridades. Era un católico fervoroso, pero como menciona Julio César Londoño, “A principios de los años sesenta dinamitó el proyecto de construir una catedral y convenció a los caleños de invertir en obras sociales. Los dineros del templo se convirtieron en colegios técnicos, microempresas, cooperativas, centros de salud, canchas deportivas y comisariatos que vendían alimentos y materiales de construcción subsidiados. Estos programas alcanzaron a beneficiar a 135.000 personas, el 21 por ciento de la población de Cali”.

En 1961, acorde con su idea de invertir en lo necesario, concretó la Fundación Hernando Carvajal Borrero (hoy Fundación Carvajal), basada en premisas visionarias y vigentes hoy: educar para la vida, ayudar a la gente a ayudarse a sí misma y aprender haciendo. Para esto, destinó 23 por ciento de las acciones de los fundadores de la empresa y dotó al ente de una directiva capacitada para asegurar su misión. El hecho no deja de sorprender 50 años después por su enorme generosidad.

Un hombre esponja

Carvajal Sinisterra nació el 20 de febrero de 1916. Para ese entonces su padre ya había creado Carvajal & Cía., por lo cual creció en medio de máquinas. En su biografía, Londoño explica que a los cinco años Manuel presenció el aterrizaje de la primera aeronave que llegó a Cali, un biplano de la primera guerra piloteado por un italiano. Esa actividad se convirtió luego en uno de sus pasatiempos favoritos.

No terminó el bachillerato, quizás su frustración más profunda. A los 15 años viajó a Bélgica donde vivía su tío Alberto y entró a estudiar, pero tuvo que regresar pronto. El crash bursátil de los años treinta y los efectos de la violencia generada por el fin de la hegemonía conservadora se sintieron en Cali, y don Hernando tuvo que pedirle regresar a Colombia para darle una mano en la empresa y aliviar gastos. Aterrizó en Colombia en 1932 pero le resultó difícil adaptarse. Pensaba en su bachillerato truncado, en la Europa que había aprendido a querer. Pero cuando la salud de Hernando empeoró y era evidente que en él caería el peso de la empresa, entendió que su padre tenía razón cuando le decía que “lo único seguro es el trabajo”. Desde entonces se puso la camiseta que nunca más se quitó.

Toda su vida leyó con ritmo frenético sobre lo que debía saber y lo que le interesaba, preguntaba a expertos cómo funcionaban las máquinas que utilizaba. Años después, cuando asumió el Ministerio de Minas sin ser experto en el tema, demoró poco en empaparse y hablar de tú a tú con los ingenieros. No tuvo educación formal, pero entendió las lecciones de una vida comprometida y absorbió el conocimiento como esponja. Por algo Peter Drucker, uno de sus amigos entrañables y gurú de la administración, confiesa que Manuel inspiró la Drucker Foundation creada 20 años después de su partida. Por algo, en 1967 aplicó al programa de Visiting Scholars del prestigioso MIT de Boston y, por su trayectoria, dejaron pasar el hecho de que no tenía diploma universitario. La excepción era más que merecida para un hombre cuyos logros y principios atemporales el país debe recordar por siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario