Los noticiarios televisivos, los periódicos, los discursos políticos y los tuits, que sirven de puntos focales y válvulas de escape para las ansiedades y los temores de la población, rebosan referencias a la “crisis migratoria” que aparentemente inunda Europa y presagian el desmoronamiento y la desaparición del modo de vida que conocemos.
Esa crisis es una especie de nombre en clave políticamente correcto con el que designar la fase actual de la eterna batalla que los creadores de opinión libran en pos de la conquista de las mentes y los sentimientos humanos. El impacto de la conexión informativa en directo con ese particular campo de batalla causa algo muy parecido a un verdadero “pánico moral” (“un temor extendido entre un gran número de personas que tienen la sensación de que un mal amenaza el bienestar de la sociedad”).
En el momento en que escribo esto, otra tragedia aguarda para golpearnos. Son crecientes las señales de que la opinión pública, confabulada con unos medios ansiosos de audiencia, se está acercando, sin prisa pero sin pausa, al punto de “cansarse de la tragedia de los refugiados”. (...) Por desgracia, el destino de las grandes conmociones es terminar convertidas en la monótona rutina de la normalidad, y el de los pánicos morales es consumirse y desvanecerse de nuestra vista y de las conciencias. (…)
Hay dos tipos de factores que originan los actuales movimientos masivos de personas en los puntos de partida de estas, pero también son de dos clases las repercusiones de esos movimientos en los puntos de llegada. En las zonas “desarrolladas” en las que tanto migrantes económicos como refugiados buscan acogida, el sector empresarial ve con buenos ojos e incluso codicia la afluencia de mano de obra barata, cuyas cualificaciones ansían rentabilizar (...) Sin embargo, para el grueso de la población, acuciada por una elevada precariedad existencial y por la endeblez de su posición social y de sus perspectivas, esa afluencia no significa otra cosa que enfrentarse a más competencia en el mercado laboral, a una mayor incertidumbre y a unas decrecientes probabilidades de mejora.
Esto compone un cuadro mental general políticamente explosivo, en el que los gobernantes y los candidatos a serlo oscilan torpemente entre dos objetivos mutuamente incompatibles: satisfacer a sus amos (los poseedores del capital) y aplacar los temores de su electorado. (…)
Lo que se ha producido en estos últimos años es una enorme subida de las cifras que los refugiados y los solicitantes de asilo añaden a la del total de migrantes que llaman a las puertas de Europa; ese aumento se ha producido por la creciente lista de Estados “en derrumbe” o de territorios que, a todos los efectos, son ya países sin Estado y, por lo tanto, también sin ley, escenarios de interminables guerras tribales y sectarias, de asesinatos en masa y de un bandidaje sin descanso. En buena medida, ese es el gran daño colateral provocado por las fatídicamente mal calculadas y calamitosas expediciones militares en Afganistán e Irak, que culminaron en la sustitución de los regímenes dictatoriales por este teatro de indisciplina y violencia frenéticas actuales (...) El aluvión de refugiados impelidos por el imperio de la violencia arbitraria a abandonar sus hogares y sus más preciadas pertenencias se añadió al flujo constante de los llamados “inmigrantes económicos”, llevados estos últimos por el muy humano deseo de cambiar países empobrecidos y sin perspectiva por lugares de ensueño donde abundan las oportunidades. (…)
Los extraños tienden a causar inquietud precisamente por el hecho mismo de ser “extraños”, es decir, aterradoramente impredecibles, a diferencia de las personas con las que interactuamos a diario. (…) Cabe decir que estos son problemas universales e intemporales en todas aquellas situaciones en que hay “extraños entre nosotros” (...) Las áreas urbanas densamente pobladas generan los impulsos contradictorios de la mixofilia (la atracción por los entornos abigarrados y heterónimos que auguran experiencias desconocidas y aún no exploradas, y que, por eso mismo, prometen los placeres de la aventura y el descubrimiento) y la mixofobia (temor al inmanejable volumen de lo que nos es ignoto, indomable, desagradable e incontrolable). La primera de esas compulsiones es el principal atractivo de la ciudad, pero la segunda, por el contrario, es su más pesada cruz, sobre todo para las personas de menos recursos, quienes –a diferencia de los ricos, capaces de construirse “urbanizaciones cerradas”, de acceso restringido– carecen de la capacidad de desconectarse de las innumerables trampas y emboscadas repartidas por todo ese heterogéneo paisaje urbano. (…)
De todos modos, esa ambivalencia permanente de la vida urbana no es lo único que nos hace sentir incomodidad y temor al ver a esos recién llegados sin hogar, que incita en nosotros animadversión hacia ellos, que llama a la violencia, pero también al uso, el mal uso o el abuso de la miseria, la aflicción y la impotencia tan visibles en las que se encuentran los migrantes. Podemos nombrar dos elementos adicionales. (…)
El primer impulso sigue el patrón que ya esbozara en la Antigüedad Esopo en la fábula de las liebres y las ranas (…) La moraleja es simple: la satisfacción de la liebre (…) provenía del hecho de haberse dado cuenta de que siempre hay alguien que está metido en un aprieto peor que el de uno.
De liebres “perseguidas por las demás bestias” y que se hallan en un aprieto similar al que sufrían las de la fábula de Esopo hay sobrados ejemplos en nuestra sociedad de animales humanos (…) En un mundo en el que se espera de todas las personas que sean “para sí mismas”, y se les insta a que lo sean, estas liebres humanas, a quienes los demás seres humanos niegan respeto, atención y reconocimiento, son relegadas a esa condición de “últimos del todo”. (...).
Para los marginados que sospechan que han tocado ya fondo, el descubrir otro fondo más bajo que aquel al que han sido relegados es un acontecimiento salvador que redime su dignidad y rescata la autoestima que les pudiera quedar. La llegada de una masa de migrantes sin hogar y despojados de derechos humanos brinda una (inhabitual) oportunidad para un acontecimiento así.
Eso explica en buena medida la coincidencia de la inmigración masiva reciente con la trayectoria ascendente de la xenofobia, el racismo y el nacionalismo chovinista, y con los asombrosos éxitos electorales sin precedentes de partidos y movimientos xenófobos, racistas y chovinistas.
El Frente Nacional, de Marine Le Pen, cosecha votos principalmente de las capas más bajas –las de los desheredados, los discriminados y los pobres en riesgo de exclusión– de la sociedad francesa, un apoyo que logran con su convocatoria de “Francia para los franceses”. (…)
Y existe otra razón excepcional para que muchos se sientan molestos con la afluencia masiva de refugiados y solicitantes de asilo, una razón que actúa en mayor medida sobre un precariado emergente, formado por personas que temen perder sus preciados y envidiables logros, posesiones y posición social. (...)
Es imposible abstraerse de la percepción de que nosotros no provocamos la masiva y repentina aparición de extraños en nuestras calles ni tenemos control alguno sobre semejante fenómeno. Nadie nos lo consultó. No es de extrañar, pues, que las sucesivas oleadas de nuevos inmigrantes sean vistas con malos ojos. Personifican el derrumbe del orden.
Los inmigrantes son (…), por citar las lacerantes palabras de Jonathan Rutherford, quienes “transportan las malas nuevas desde un rincón lejano del mundo hasta nuestra puerta”. Hacen que cobremos conciencia de algo que con gusto olvidaríamos o, mejor aún, desearíamos que desapareciera y que no dejan de recordarnos: unas fuerzas globales, distantes, de las que se oye algo de vez en cuando, pero que permanecen generalmente ocultas a nuestra vista y que, de todos modos, son suficientemente potentes como para interferir también en nuestras vidas sin que nuestras preferencias importen (...)
Y, si bien no podemos hacer prácticamente nada para domeñar las esquivas y lejanas fuerzas de la globalización, sí podemos al menos desviar las iras que nos provocan, y descargar nuestra cólera sobre quienes, siendo producto de esas fuerzas, tenemos más a mano. Con ello, desde luego, no nos acercaremos lo más mínimo a la raíz del problema, pero tal vez nos aliviemos –durante un tiempo, al menos– de la humillación de nuestro desvalimiento y nuestra incapacidad para resistir la anuladora precariedad de nuestro propio lugar en el mundo. (...)
Hay algo que debemos tener claro: la política de separación mutua y mantenimiento de las distancias (...), aunque engañosamente aliviadora en el corto plazo (pues aparta de nuestra vista la dificultad real), se trata de una política suicida que no sirve más que para acumular carga explosiva para una futura detonación. (…) La humanidad está en crisis y no hay otra manera de salir de esa crisis que mediante la solidaridad. El primer obstáculo en ese camino es la negativa a dialogar: el silencio nacido de la autoexclusión, de la actitud distante, del desinterés, de la desatención y, en definitiva, de la indiferencia.
(…)
Permítanme, por el momento, que les recuerde aquí otro mensaje, del papa Francisco en concreto, quien, a mi juicio, es una de las poquísimas figuras públicas que nos han alertado de los peligros de emular el gesto de Poncio Pilato de lavarnos las manos ante las consecuencias de las vicisitudes actuales, de las que todos somos, simultáneamente y en mayor o menor grado, víctimas y culpables. Sobre el vicio o el pecado de la indiferencia, el papa Francisco dijo lo siguiente el 8 de junio del 2013 durante su visita a Lampedusa, momento y lugar en que empezó el actual “pánico moral” y su subsiguiente debacle moral: “¡¿Cuántos de nosotros, yo incluido, ya no estamos atentos al mundo en que vivimos, no nos importa, no protegemos lo que Dios creó para todos y terminamos siendo incapaces hasta de cuidar unos de otros?! Y cuando la humanidad pierde el rumbo, se producen tragedias como esta [...]. Hay que hacerse una pregunta: ¿quién es el responsable de la sangre de estas hermanas y hermanos? ¡Nadie! Esa es nuestra respuesta: ‘No he sido yo, no tengo nada que ver con ello, deben de haber sido otros [...]’. Hemos perdido el sentido de la responsabilidad hacia nuestros hermanos [...]. La cultura de la comodidad, que hace que pensemos solamente en nosotros mismos, nos vuelve insensibles a los gritos de otro (...) En este mundo globalizado, hemos caído en la indiferencia globalizada. Nos hemos acostumbrado al sufrimiento de otras personas”.
ZYGMUNT BAUMAN
No hay comentarios:
Publicar un comentario