El descolorido monolito, escondido en una de las callejuelas del pequeño puerto pesquero, relata una historia anclada en los anales de la Guerra Fría.
Ocurrió a las 11 de la noche del 9 de julio de 1970 a pocos kilómetros de la Línea Límite del Norte (LLN), como dice la placa.
"Un barco de guerra de Corea del Norte apareció súbitamente y abordó el pesquero surcoreano", asegura la inscripción.
Uno de los pescadores, San gil Choi, se resistió a ser secuestrado añade el relato y lo asesinaron a tiros. De los otros cuatro nunca más se supo.
Los nombres de Chun Bin Jang, Gyung Sun Min, Ho Shin Byun y Myung Nam Sa se unieron a la larga lista de pescadores surcoreanos -cientos de ellos- que desaparecieron en el particular Triángulo de las Bermudas en el que se convirtió el Mar Amarillo y las aguas que se disputan las dos Coreas.
"Eran tiempos muy peligrosos. Los barcos se movían a remos y no tenías tiempo de reaccionar. Por eso, desde la década de los 70, el Gobierno nos prohíbe salir a pescar por la noche", afirma Bong Yul Yu, otro marinero de la isla Baengyeongdo.
La guerra abierta que enfrentó a las dos naciones de la Península coreana concluyó hace décadas pero Baengyeongdo y las otras cuatro islas surcoreanas ubicadas en torno a la LLN permanecen atrapadas en la dinámica bélica.
El pequeño monumento dedicado a los pescadores raptados no es una rareza en Baengyeongdo. En el enclave surcoreano más alejado del territorio continental de su país, más aislado, y a sólo 16 kilómetros de la costa norcoreana, las alusiones a la pugna que mantienen ambas naciones son tan recurrentes como la presencia de parafernalia militar.
Playa de la isla Baengyeongdo, protegida con alambradas anti-desembarco
La imagen de calma aparente que recibe al visitante que acude desde el puerto de Incheon -a casi cuatro horas de viaje- se resquebraja al recorrer el territorio. Baengyeongdo es una auténtico fortín repleto de refugios anti-bombardeos, bases militares, túneles horadados en las montañas, posiciones de artillería, campos minados y trincheras ocultas en la maleza.
La escalada de tensión que enfrenta a los dos países desde hace meses parece haber reforzado el recelo de las autoridades de Seúl, que han decidido reforzar la protección del islote. La construcción de nuevas fortificaciones militares son una constante. Lo mismo que las patrullas de los buques de guerra surcoreanos, que no cesan de recorrer las aguas circundantes.
La transformación de lo que antaño debió ser un destino paradisiaco se justifica por los atribulados avatares que han sacudido a esta región marítima.
La disputa sobre la LLN comenzó en el mismo instante en el que fue delineada por Naciones Unidas en agosto de 1953, justo tras el alto el fuego que puso fin a la confrontación bélica en la Península de Corea. Pyongyang nunca reconoció esa demarcación marítima y comenzó a traspasarla abiertamente en la década de los 70.
Desde hace 18 años, el Mar Amarillo se ha convertido en el escenario de las principales confrontaciones bélicas que han protagonizado ambos países. Unas refriegas que han provocado encontronazos navales, hundimientos de buques de guerra, decenas de muertos en ambos lados y el trágico bombardeo que sufrió la isla de Yeongpyeong en 2010, que costó la vida a otras cuatro personas.
La memoria de estos altercados se mantiene viva en la llamada Torre del Deseo de Unificación, un pequeño centro de exhibición situado en el mismo promontorio desde el que se puede apreciar, sin necesidad de binoculares, las cercanas colinas del norcoreano Cabo de Jangsan. Junto a la colina se encuentra la playa de Hani, bloqueada por obstáculos anti desembarco al estilo de Normandía, otro recurso habitual de una isla donde resulta casi imposible disfrutar del litoral, acotado por barreras y alambre de espino.
El edificio acoge una gran maqueta que recuerda la localización de los choques entre los navíos de guerra de 1999, 2002 y 2010, el hundimiento de la corbeta surcoreana Cheonan en ese mismo año -que Seúl achaca a Pyongyang-, fotos de los incendios que causó el ataque contra Yeongpyeong y hasta dos de los obuses que usó Corea del Norte en esa acción.
"Las provocaciones de Corea del Norte que nunca terminan", se lee en uno de los paneles.
Bajo esta atmósfera de incertidumbre latente, no es extraño que al margen de los 5.500 habitantes de Baengyeongdo -algunos atraídos del territorio continental por las ayudas oficiales para estos enclaves- la mayoría de los viajeros que acuden desde Incheon sean o bien soldados o lo que Dazi No llama "turistas de la guerra".
"Son veteranos [ex militares] o simpatizantes de la derecha que vienen a rendir homenaje a los muertos de estas guerras", asevera.
La señora de 65 años se ha acostumbrado a la rutina de vivir siempre en la primera línea hasta el punto que reconoce que ya no obedece a las alertas que provocan las habituales maniobras de la artillería norcoreana.
"Sí, nos dicen que nos escondamos en los refugios -hay 28 en toda la isla- pero yo no voy. Total, si hay guerra de verdad, vamos a morir todos, dentro o fuera de los refugios", añade.
Los islotes surcoreanos del Mar Amarillo llevan años siendo el objetivo de la retórica amenazante norcoreana, que se ha acrecentado tras el acceso al poder de Kim Jong-un.
En una jornada de 2013, Baengyeongdo apareció alfombrado con miles de panfletos de propaganda norcoreana que amenazaba con arrasarla y transformarla en "un gran cementerio".
Ese mismo año, el propio Kim Jong-un instó a sus militares a convertir ese territorio en un "mar de fuego".
En otras ocasiones, Pyongyang pidió a los habitantes de las cinco islas que las "evacuaran" si querían conservar la vida, ante una guerra que anunciaban inminente.
"No hace más que hablar. Ya no le hacemos caso", apunta Dazi No.
Sin embargo, para Hwang Hae Do, otro pescador local, es cierto que "Kim Jong-un ha complicado la situación. Este hace más locuras. Estamos más preocupados".
Maqueta de la isla de Baengyeongdo. La tierra al fondo es Corea del Norte
El espíritu marcial y la cercanía del frente son también un referente omnipresente en Yeongpyeong. Las autoridades locales han construido un moderno museo dedicado al ataque que sufrió la isla en noviembre de 2010. Las instalaciones albergan hasta las ruinas ennegrecidas y los escombros de media docena de viviendas asoladas por los obuses norcoreanos en esa jornada.
Aquí también se están erigiendo más parapetos militares y se ha aumentado la dotación de marines. Aunque está prohibido el acceso, el norte de la isla semeja ser un conglomerado de barracones y posiciones de cañones hundidos en las profundidades de los montes.
"Hasta 2010 nunca pensamos que esto era peligroso. Cuando era niño me parecía hasta divertido ver a todos estos soldados, helicópteros y tanques. Pero el bombardeo cambió todo. Es obvio que no es un lugar seguro", afirma un residente de 56 años que no quiere dar su nombre.
"El problema es que los barcos norcoreanos no respetan la LLN y suelen rebasarla a menudo. Entonces los navíos surcoreanos tiene que bloquearles el paso. Pasa cinco o seis veces al año. Se quedan frente a frente y a nosotros nos obligan a evacuar la zona y navegar hacia el Sur", explica Sung do Kyung, un pescador de Yeongpyeong, de 49 años.
La actual escalada que se registra en la Península, tras la prueba nuclear norcoreana de enero, azuzada por la proximidad del congreso del Partido de los Trabajadores del país comunista -que comienza el día 6- ha reforzado la alerta máxima que mantienen las tropas surcoreanas en estos enclaves insulares..
El propio jefe del Estado Mayor del ejército surcoreano, el general Lee Sun-ji, declaró días atrás que "si Corea del Norte lleva a cabo cualquier otra provocación, será en la LLN, donde estamos en la temporada alta de la pesca del cangrejo azul".
La captura de este codiciado marisco ha sido durante décadas otro motivo de disputa entre los países vecinos y el origen de algunos de los enfrentamientos navales. Para Corea del Norte, la exportación de estos cangrejos constituye una lucrativa manera de obtener divisas extranjeras.
La tradicional tensión que se registra en estas aguas se ha visto agravada como cada año por la aparición de toda una flotilla de pesqueros chinos, que aprovechan la incertidumbre que rige en torno a la LLN para introducirse en el espacio marítimo reclamado por Seúl y huir al que controla Pyongyang cuando aparecen los guardacostas surcoreanos arriesgándose al mismo tiempo a provocar un malentendido entre las dos marinas.
"Es como un juego del gato y el ratón, y no podemos hacer nada una vez que se refugian del lado norcoreano", admite el responsable de los guardacostas en Baengyeongdo, Park Minseok.
Sus subalternos inmovilizaron a 45 pesqueros chinos 'ilegales' tan sólo el pasado año y en lo que va de 2016 han capturado otros 15.
Patrullera surcoreanas vigilando las aguas de la isla de Baengnyeong
Desde los montículos de Yeongpyeong se puede ver claramente la aglomeración de decenas de pequeñas embarcaciones que hacen ondear la bandera roja de la República China, que se concentran justo en los cuatro kilómetros de mar que separan el territorio surcoreano del primer peñasco norcoreana.
"A veces pienso que los pescadores ilegales chinos son un problema más grande que Corea del Norte", opina Park Minseok.
El diferendo se complicó si cabe aún más a principios del presente mes cuando los barcos pesqueros locales se vieron afectados por la interferencia de los sistemas de GPS que usan para navegar, una anomalía que Corea del Sur achaca a su rival norteño.
Seúl afirmó que cientos de pesqueros tuvieron que regresar a sus puertos ante el peligro que entraña desplazarse sin conocer su posición exacta en un área tan delicada.
En Yeongpyeong, el bloqueo de los GPS duró casi una semana, aunque los pescadores sólo se mantuvieron inactivos durante una jornada, según relató uno de los marineros.
Pese a la tirantez y la rivalidad militar obvia en estos parajes, los múltiples monumentos y salas de exposición de Baengyeongdo y Yeongpyeong coinciden en reclamar la "unificación pacífica" de las dos Coreas.
Para Sung Jin Kim, un granjero de 74 años de la segunda isla, se trata de un mero "sueño, muy distante".
El granjero de 74 años de Yeongpyeong recuerda el "miedo" que sintió cuando se produjo la primera batalla naval en torno a esa isla en 1999. "Durante la guerra de Corea me evacuaron así que no vi combates. Aquel fue mi primer contacto con la guerra. Comprendí que vivimos en la primera línea", dice.
"Todos queremos la unificación pero soy consciente de que no sucederá mientras que yo viva", concluye.
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