domingo, 5 de julio de 2015

Mares de coca

La decisión del Gobierno fue interpretada como una concesión en el marco de la mesa de La Habana.

El presidente Juan Manuel Santos lleva rato impulsando un nuevo enfoque en la lucha contra las drogas ilícitas, con válidos argumentos referidos al fracaso de las estrategias hasta ahora desarrolladas, que no han logrado grandes reducciones en producción ni tráfico, y menos aún en las ganas de meter cocaína de millones de consumidores en el mundo.

El lío para Santos es que la legalización integral –y no a medias– de producción, comercio y consumo, única solución que acabaría con las gigantescas ganancias que enriquecen a las mafias gracias a la ilegalidad del negocio, hoy no es viable. Y, en esa medida, cualquier concesión intermedia solo sirve a los intereses de los narcotraficantes.

Es el caso del retroceso de las autoridades colombianas en la lucha contra los cultivos de coca. Gracias, entre otras, a la muy controvertida práctica de fumigar esas siembras desde el aire con el herbicida glifosato, Colombia, que llegó a tener más de 160.000 hectáreas de matas de coca a principios de la década pasada, bajó esta superficie a menos de un tercio: 48.000 al término del 2013. En el 2014, ese marcado descenso se frenó y el área sembrada volvió a crecer de manera angustiosa.

Esta semana, Naciones Unidas reveló el informe del Simci, el mecanismo creado hace 16 años para medir –con la ayuda de imágenes satelitales– el área cultivada de coca. El resultado asusta: las hectáreas se dispararon un 44 %, al pasar de 48.000 en 2013 a más de 69.000 en el 2014. Debido a problemas logísticos y también a acuerdos con los movimientos campesinos tras el paro del 2013, la aspersión retrocedió de más de 100.000 hectáreas fumigadas en el 2012 a unas 50.000. Y aunque en el 2014 hubo un intento por relanzarla, resultó imposible frenar el impulso ganado por los sembradores.

La cosa puede empeorar tras la decisión del Gobierno de suspender la fumigación aérea con glifosato, una práctica cargada de polémica por razones medioambientales y de salud. Según el informe Simci, por culpa de esa suspensión el área fumigada apenas alcanzará las 25.000 hectáreas en el 2015, la mitad del año pasado. La lógica indica que el área sembrada volverá a crecer este año.

Como las Farc llevaban años reclamando el cese de las aspersiones aéreas con glifosato, la decisión del Gobierno fue interpretada como una concesión en el marco de la mesa de La Habana. Pero es muy probable que esa concesión, en vez de ayudar al avance de la negociación, haya contribuido a frenarla. De las cinco regiones donde se concentran las siembras, cuatro son enclaves de las Farc: Catatumbo, Nariño-Cauca, Meta-Guaviare y Caquetá-Putumayo. La excepción es el área entre Antioquia y Córdoba, dominada por bandas criminales herederas de los paramilitares.

El informe anota que, gracias al aumento de los cultivos, la producción de cocaína pudo subir de 290 toneladas en el 2013 a 442 el año pasado. Y como cerca del 90 % de esa producción beneficia a las Farc, es evidente que las arcas del grupo guerrillero –como lo advertí en esta misma columna hace mes y medio, cuando anticipé lo que ahora confirma el Simci– están popochas.

Eso explica parte de la renovada capacidad de ataque de los frentes de las Farc en esas zonas. Con los bolsillos llenos de narcodólares, esos frentes no solo están envalentonados militarmente, sino que carecen de interés en que la mesa de La Habana avance: saben que un acuerdo que acabe a las Farc como grupo armado los pondría ante la penosa obligación de abandonar semejante negocio tan lucrativo. El Gobierno tiene que alistar, a la mayor brevedad, un programa de combate frontal a los narcocultivos –con o sin fumigación aérea– si no quiere que, popochas como están, las Farc tengan un motivo más para seguir mamándole gallo a la negociación en Cuba.

MAURICIO VARGAS
mvargaslina@hotmail.com

viernes, 3 de julio de 2015

Sin gallina de los huevos de oro

No aprovechamos la bonanza petrolera para estimular la industria y un elemento esencial para el desarrollo en cualquier parte del mundo: la ciencia y la tecnología.

En este país de fuegos cruzados entre amigos y opositores del Gobierno, un personaje como Iván Duque Márquez, senador del Centro Democrático, sorprende por su manera lúcida y ecuánime de revelarnos las contingencias que atraviesa nuestra economía. ¿Estamos frente a una situación alarmante? No, replica él, decir alarmante podría ser un poco exagerado. Alarmante es la situación de Grecia; la de Colombia es más bien una situación vulnerable. Tal vulnerabilidad tiene para Duque un claro detonante: el de haber avanzado hacia una petróleo dependencia sin ser un país petrolero como Venezuela.

De un momento a otro, el petróleo representó algo más del 50 por ciento de las exportaciones, a tiempo que generaba el 35 por ciento de la inversión extranjera, cerca del 85 por ciento de las regalías y el 78 por ciento de los ingresos de capital de la nación. Muy bonita perspectiva si fuésemos por el camino de los Emiratos Árabes, pero no es así. Solo tenemos reservas petroleras para algo más de seis años; la gran mayoría de nuestros yacimientos son pequeños; tenemos tan solo cuatro pozos que producen más de 40.000 barriles diarios, cuando los demás están por debajo de los 10.000.

Iván Duque considera que esta bonanza fue tomada como una lotería y no como una renta fortuita que nos obligaba a hacer juiciosas inversiones y a ahorrar por si volvía una época de vacas flacas. No fue lo que hizo el presidente Santos. Buscando soportes políticos para su gobierno, aumentó de manera considerable el gasto público. De 2,6 billones de pesos en el 2010, este pasó, con la creación de 18.000 nuevos cargos en la administración, a 5 billones en el 2015. En una desaforada campaña que buscaba convencernos de que vamos por un nuevo país, el Gobierno invirtió (o más bien deberíamos decir despilfarró) en eventos y publicidad, entre el 2012 y el 2014, la nada despreciable cifra de 2,3 billones de pesos.

No olvidemos los dos factores que hicieron posible la desperdiciada bonanza. El primero, sin duda, fue la política de Seguridad Democrática del presidente Uribe, gracias a la cual regresó al país la inversión extranjera, con lo que se logró un progresivo aumento de la producción. De 250.000 barriles diarios en el 2010 llegamos a cerca de 800.000 al final de su gobierno y a un millón en tiempos de Santos. El segundo factor fue el aumento del precio internacional del crudo, que llegó a los cien dólares por barril.

Nadie llegó a imaginar que aquella renta extraordinaria se esfumaría de la noche a la mañana con la vertiginosa caída del precio del petróleo. Las consecuencias las estamos padeciendo. Colombia cerró el 2014 con un déficit comercial de más de 4.000 millones de dólares. Cayó además la inversión extranjera directa en este sector, en parte por la agobiante carga tributaria impuesta por el Gobierno y también por los terribles atentados que han sufrido los oleoductos, además de amenazas y extorsiones. Es fácil comprender que las multinacionales encuentren mejores opciones en México.

Triste consecuencia: matamos la gallina de los huevos de oro. La perforación ha caído en un 82 por ciento y la exploración, en un 92 por ciento. No aprovechamos la bonanza petrolera para estimular la industria y un elemento esencial para el desarrollo en cualquier parte del mundo: la ciencia y la tecnología. También por la alegre dispersión del gasto público, el sector agroindustrial ha tenido un crecimiento lánguido.

Iván Duque sostiene que hemos vivido tres crisis en una. La primera, haber gastado la renta petrolera, creyéndonos con las reservas de Arabia Saudita. La segunda es la desesperada reforma tributaria aplicada por el Gobierno, que aumentó de manera abrumadora la carga de impuestos en el sector industrial. La tercera es la crítica desconfianza que hoy reina en los sectores de la producción, el comercio y los consumidores. Triste final de la película.

Plinio Apuleyo Mendoza