lunes, 12 de octubre de 2015

Creador de Haceb se siente un obrero más

Con 96 años, José Acevedo, fundador de la firma, aún avala decisiones estratégicas.


En el 2009, en plena crisis económica y cuando el balance de Haceb no era el mejor, su fundador decidió que, aparte de las primas acostumbradas, les daría una bonificación especial a los trabajadores. El rumor que corrió por la empresa es que el acto de generosidad costó mil millones de pesos.

“Mijita, ¿acaso ese resultado se dio porque ustedes trabajaron menos?”, le dijo entonces a Piedad Cecilia Ruiz, su asistente administrativa, cuando ella le preguntó el porqué de la decisión. Y remató: “Además, después de que usted supla sus necesidades básicas, lo demás no es suyo sino de los demás”.

Seis años después, ese momento es recordado en la compañía como un ejemplo del talante de José María Acevedo Alzate, que él mismo explica hoy con una de esas frases simples que reflejan su concepción pragmática de la vida: “Es muy sencillo: por qué van a pagar los que no tienen la culpa. Si las cosas van mal, yo simplemente saco la plata del patrimonio y hago las cosas como me dicta mi modo de ser. Es que yo fui obrero, y eso de llegar a las tres o cuatro de la tarde sin almorzar es muy duro”.

Con 96 años, cumplidos el 2 de agosto pasado, José Acevedo es el empresario activo más veterano de Colombia, y el único impedimento físico que tiene es una leve baja de la audición en el oído izquierdo.

Todos los días se dirige al parque industrial, en Copacabana (Antioquia), donde Haceb fabrica neveras, estufas, calentadores, aires acondicionados, fogones y, desde finales de agosto, lavadoras.

Figura en la cúpula del organigrama como presidente, y toda decisión importante en la compañía, que él creó hace 75 años, cuenta con su visto bueno. Héctor Arango, presidente de la junta de la empresa, afirma que entre los directivos la firma de Acevedo es el respaldo moral indispensable para cada negocio, e incluso sus cuatro hijos, que figuran como dueños únicos desde que él les traspasó sus acciones, se fijan en ese detalle antes de estampar su rúbrica.

Pero además, obedeciendo a una pasión personal, en él aún recae la responsabilidad de las instalaciones que se construyen para asegurar el crecimiento de la producción. Por eso conoce cada centímetro, cada ladrillo, cada columna y teja de este complejo de 390.000 metros cuadrados. 

Un día normal

A las 9 de la mañana José Acevedo arriba, con bluyines o pantalón de dril azul y camisas de manga corta. Sube las 27 escalas hacia el segundo piso del edificio administrativo, donde está su oficina, apoyándose en el pasamanos y en un bastón de madera; se sienta frente al escritorio y llama a Piedad para que le recuerde los compromisos pendientes.

En cualquier momento hace su aparición Juan Carlos Ortiz, el ingeniero jefe de construcciones. Entonces el presidente de Haceb se pone la gorra y aborda un Renault 4 Master modelo 78, sin puertas y con un amplio asiento delantero, al que el veterano hombre de negocios llama el ‘pichirilo’. Es el mismo vehículo que él le dio a su empleado más antiguo, Pedro Nel Bedoya – quien lleva 63 años trabajando con él–, cuando completó 45 años de labores y que él le devolvió el año pasado a cambio de otro carro último modelo.

Así, en el Renault, Acevedo y Ortiz parten hacia alguno de los frentes de trabajo que estén abiertos dentro del proceso de expansión de la firma de ‘línea blanca’ más importante del país. “Llevamos 75 años creciendo. Esa es la vida de una industria. Uno no puede negarse a crecer porque los trabajadores quieren ganar más, el Gobierno quiere recibir más impuestos y los clientes necesitan más productos”, explica y señala que ya compraron otros 50.000 metros cuadrados de tierra para futuros proyectos.

Su estadía en la compañía es siempre de seis horas, de lunes a viernes, pero en su casa, siempre con un buen equipo multimedia en el que disfruta de la ópera, tiene una mesa de dibujo y lápices para esbozar sus diseños en las tardes.

El día en que EL TIEMPO lo acompaña en un recorrido por Haceb, su tarea es mirar los avances en la demarcación del acceso y en una nueva portería para la recién inaugurada planta de lavadoras HWI, que montaron en compañía con la multinacional Whirlpool. En el camino se topa con una practicante de comunicación social que lo saluda de beso en la mejilla y, aunque la veinteañera solo lleva un mes en la empresa, él la saluda por su nombre. Y luego de que la joven se despide, apunta: “La belleza es el aliciente de la vida; el mundo sin las mujeres sería un infierno”.

El ‘pichirilo’ continúa su ruta. Al llegar a un talud de siete metros de alto, con vista a la autopista que conduce de Medellín al norte del valle de Aburrá, se ven retroexcavadoras y obreros en plena actividad. El carro se detiene; Acevedo saluda al topógrafo José Rodríguez, quien dirige la excavación, ganador del último campeonato empresarial de ajedrez, el deporte que más le gusta al fundador de la fábrica y que, como él mismo confiesa, le enseñó a pensar y a jugar en las grandes ligas de los negocios. 

Luego le da un vistazo a la obra y, al advertir una pronunciada pendiente, le pregunta al ingeniero si ahí pueden hacer un ascensor para alivianarles el camino a personas con dificultades de locomoción o que llevan cargas pesadas. “¿Entendiste?”, le dice. Tras unos minutos en el sitio, el Renault 4 se dirige a la imponente planta de lavadoras. Él se percata de que el murmullo de las líneas de producción llega a niveles molestos y pregunta si ya se está haciendo algo para resolverlo. La respuesta de Ortiz es positiva. Luego, el fundador cuenta que la intención es terminar la estructura del ingreso y explica cómo construirán el restaurante para los trabajadores.

Y es que aunque solo estudió seis años –repitió quinto de primaria porque no había más–, de José Acevedo han nacido los conceptos esenciales para levantar cada centímetro del parque industrial de Haceb. Luego de que él da las pautas iniciales y hace los bocetos, ingenieros del conglomerado o contratistas se ocupan de los cálculos de resistencia, los análisis de suelos y los estudios de costos. También está pendiente de las licencias de construcción y de las gestiones ante organismos estatales.

Los empleados, primero

La generosidad del industrial parece reflejarse también en la impronta que les fija a sus obras: para él prima la comodidad de sus empleados antes que la estética de las estructuras. Nunca pregunta por el costo. “Nunca ha fumado, pero siempre tiene en cuenta que haya espacios para los que sí lo hacen”, anota Ortiz, quien dice que cuando el veredicto de los especialistas es contrario al cumplimiento de la voluntad del fundador, él siempre les pregunta sobre los riesgos y las opciones de ejecución. No pocas veces se va para la casa y regresa al día siguiente con una solución que brilla por la sencillez y el sentido común, y que ha consultado con Josema (algo así como su álter ego o su conciencia).

El mismo pragmatismo lo aplicó al principio de su carrera, cuando fue al Banco de Bogotá por un préstamo para hacer crecer el pequeño taller eléctrico que transformó en la gigante compañía de electrodomésticos, que hoy tiene activos superiores a 750.000 millones de pesos y que facturó más de 700.000 millones de pesos el año pasado. En aquel entonces solo necesitaba 400.000 pesos, pero le propuso al gerente que le aprobara un millón, pues el resto lo iba a dejar depositado, de manera que podían trabajar con la plata a la vez que recibían los intereses que él les iba a pagar por ella. La propuesta resultó difícil de rechazar y le hicieron el desembolso de inmediato. 

Otro recuerdo de Acevedo refleja su origen humilde. Al preguntarle por la alegría más grande que ha tenido, él se remonta a 1935, cuando la familia vivía en Enciso, un encumbrado barrio de la hoy renombrada comuna 8 de Medellín, por su pobreza y brotes de violencia. La entretención preferida de doña María, su mamá, era una comedia entre 5:30 y 6 de la tarde, pero le tocaba aguzar el oído para escuchar el radio de la vecina, hasta el día que esta última se enojó y evitó en adelante que ella escuchara.

“Yo casi no ganaba nada, pero pedí que me fiaran el aparato; lo puse en la salita de la casa, senté a mi mamá y le dije: ‘Esto es para que no te vuelvan a cerrar las puertas en las narices’. Me costó 136 pesos”, equivalente a 136 días de trabajo como mensajero.

El presidente de Haceb suele compartir el almuerzo con sus empleados, excepto los martes, que están reservados para Arango y para el gerente, Cipriano López. Él saca pecho por el cariño que le expresan en ese círculo, aunque por su condición podría codearse con altas personalidades. De hecho, no vive en los barrios habitados por las personas más adineradas de Medellín, sino en un sector de clase media alta. “Nunca me gustaron los lugares de los ricos porque pienso que no me veían bien, y creo que acerté. No llegué a tener de amigos a cónsules o a personas de la alta sociedad, porque yo fui un obrero y me enorgullezco de serlo aún”, dice.

Una de las cosas de las que más se vanagloria es que jamás la empresa ha parado por conflictos laborales. Es más, hay dos hitos en la historia de la compañía: el incendio que sufrió, y tras el cual los trabajadores se ofrecieron a quedarse horas extras sin cobrar, hasta que se recuperara el valor perdido, y el otro, la crisis de 1999, cuando el presidente del sindicato le puso a la orden un fondo de 6 millones de pesos que tenía y la voluntad de aceptar rebaja de salarios para no sacrificar puestos de trabajo. Antes de que los ojos se don José se enlagunaran, solo atinó a decir que no, pero que hiciera de cuenta que los había recibido.

Para las personas que conocen al hombre que creó Haceb, no parece difícil que él cumpla su deseo de llegar activo en la compañía hasta el 2019, cuando cumplirá 100 años de edad, más teniendo en cuenta que su mamá duró hasta los 98 y un hermano, hasta los 101.

‘Todo es variable’

¿Algún día ha sentido pereza de ir a trabajar?

No. Me despierto a las 5 a. m. y hago pereza hasta las 6. Me baño, oigo radio y al desayunar miro los titulares de EL TIEMPO, leo Portafolio, por el interés en la economía, y El Colombiano.

Le gusta estar bien enterado...

No es que me guste o no, sino que tengo que saber porque, si no, ¡cómo manda uno! (luego se refiere a la situación del país con Venezuela: ‘¡qué cosa tan sucia y asquerosa!’).

¿Le llama la atención la política?

No. La política obliga a ser voluble, a acomodarse a cualquier cosa (el gerente Cipriano López señala que, entre amigos y conocidos, Acevedo siempre ha dicho que su partido es el de los industriales).

¿A usted le preocupa la plata?

No, porque la tengo.

¿Qué le aconsejaría a alguien que comience su mismo camino?

Yo no le aconsejaría nada, porque todo es tan variable, tan distinto para todas las personas, que no hay ninguna a la que le sirva la experiencia de otra.

¿Qué lo anima en la vida?

Tener buena salud (tras responder muestra el resultado de una revisión médica escrita en un papel amarillo: 96 de saturación sanguínea, presión arterial 110/70 y glucosa en 87, niveles óptimos, que encajan en lo que los médicos llaman “envejecimiento exitoso”).

NÉSTOR ALONSO LÓPEZ L.
Enviado Especial de EL TIEMPO
Copacabana (Antioquia).

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